'Ahorita' de Martín Caparrós

Nuncasiempre

Por Santiago Tejedor

Caparrós, Martín (2019). Ahorita. Apuntes sobre el fin de la Era del Fuego. Anagrama, Barcelona. Col. Nuevos cuadernos anagrama.
 

“Todo venía del fuego”, apunta Martín. Por eso, vivimos en el lugar de las llamas: el hogar. El fuego se ha ido marchando. Ahora ese todo es electrónico, digital, binario, virtual y hasta inteligentemente artificial. Apenas queda fuego. Muchas cosas empiezan a desaparecer. También, los buenos libros. Aseguró Negroponte que esos “papeles” (los buenos y los malos) tenían los días contados. Lo secundó Billl Gates. Y Nielsen. Y muchos más. Sin embargo, perduran. Resiste herido el que, para Borges, era el más asombroso de todos los instrumentos de la humanidad. Y la humanidad ha creado, sin duda, muchos instrumentos. Quizás, demasiados. Caparrós viaja en su libro Ahorita (nuevos cuadernos anagrama, 2019) –con precisión e ironía– por esa caterva de inventos, re-inventos que durante años aparecieron para mejorarnos la vida o para complicarla; para responder a un problema o para crear varios más; para aumentar nuestro tiempo de ocio y rápidamente llenarlo de ofertas, servicios, productos y “cosas”. Inventamos –lo explica con maestría– necesidades y modas.

Escuchamos a los minimalistas que defienden que podríamos vivir sin “tanta basura” (aunque como apunta Caparrós, “el sistema económico mundial necesita que ‘necesitemos’”); compramos cigarrillos electrónicos para fumar agua; aprendemos a posar en unos tiempos de “registro” en los que la sonrisa es el gesto más valorado; comemos hamburguesas de plantas en un mundo que es un holocausto permanente de gallinas; coleccionamos olores mientras proliferan los trasplantes fecales; digerimos una hipercomunicación que nos lleva a vivir en varios tiempos a la vez; viajamos obedeciendo las órdenes de un teléfono que evita que nos perdamos, preguntamos o exploremos…

Ahorita es un recorrido por nuestra historia más reciente; por nuestra brillante capacidad de crear boludeces; por ese quilombo que desde siempre venimos armando con la excusa de una tecnología y una sociedad de la información que son justamente lo contrario. La desinformación y ruido digital están presentes también en este libro que habla del tiempo y de lo complejo que resulta contar el presente. Nadie puede explicar con certeza que significa la palabra “ahora”. Ni siquiera la RAE: “Momento mismo en el que se habla o se escribe”. “En este momento o en el tiempo actual”. “Hace poco tiempo”. “Dentro de poco tiempo”. “Unas veces…, otras veces…”. Caparrós, no obstante, lo hace con maestría. Capta el momento. Toma la instantánea. La analiza. La describe. Navega en los porqués. Y, otra vez, como siempre, sale a cazar detalles. Y desde ellos nos lleva al argumento perfecto. Así, edifica breves, pero corrosivos ensayos que consiguen desordenar y ordenar; aclarar y confundir; convertir las respuestas en preguntas (que nunca nos hicimos). Todo al mismo tiempo. Y lo hace a partir de un ritmo y una melodía que son creación exclusiva del autor, marca de la casa, alquimia “periodístico-literaria”.

Paro de escribir. Y llamó a Jordi, un amigo músico. Le pregunto cómo se “escribe” la música. “Lo más complicado es la conjunción exacta de tres ingredientes: ritmo, melodía y armonía”, me cuenta. Vuelvo a la pantalla. Delante, un ejemplar de Ahorita subrayado, marcado, garabateado. Creo que no es certero (ni ecuánime) decir que Martín Caparrós es un escritor, un periodista, un cronista o un reportero. Es insuficiente. Sus textos no se leen, suenan. Tienen música. Y más: poesía. En una charla –celebrada en la Casa América de Barcelona– encendió su portátil y ante una hoja en blanco, le escuché algo así: “Aquí me siento en mi mundo, en mi territorio, en mi lugar”. Estaba sentado en uno de los extremos y no podía verlo bien. Pero hoy creo que no era un documento nuevo de un procesador de textos. Lo que había allí era una partitura en blanco.

Martín no es un escritor (ni ninguno de sus derivados). Entonces, ¿qué es? No lo sé. Seguramente nadie lo sabe porque Caparrós supera esas categorías teóricas que a él –como su título de Licenciado en Periodismo– le importan un carajo. Omar Rincón, periodista y crítico televisivo, defiende que existe el “género Caparrós”. Esto es: Caparrós es un género en sí mismo. Seguramente, Martín ni se lo plantea. Le preocupa poco. O nada. Simplemente, va por ahí. Se mueve. Ve, mira, oye, escucha, estudia, analiza. Y luego sigue vagando por este mundo –que ya nos contó en La Historia, Los living, Lacrónica, Postales, El Hambre, Contra el cambio, Larga distancia y muchos otros…– para escoger y juntar con precisión las palabras, con la excusa (y el anhelo) de escribir.

“¿Qué es escribir?” –le preguntó un estudiante de Periodismo. “Elegir las palabras adecuadas. 600 veces en un artículo de 600 palabras”. Algo así defendió Martín hace unas semanas al recoger el Premio Itaca 2019 en la UAB. Ahorita es una colección de apuntes y también una colección de decisiones. Caparrós escoge cada palabra como quien diseña la alineación titular de Boca en el partido de vuelta de la final de la Libertadores tras un 0-0, con la Bombonera, rugiendo, casi estallando, llena a rebosar. O eso parece. El libro reúne unas 33.250 decisiones. Esto es: cada palabra, una “determinación definitiva”.

Dijo Borges que hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos. Tal vez también uno acaba pareciéndose a sus palabras –las que escribe y las que dice–. Más quizás a las primeras que se quedan, que no se van. Las otras, a veces, ni uno mismo las recuerda o las quiere acordar. Escritas perduran. Muchas veces, lo que se dice de uno es lo que se escribe de uno. O lo que uno escribe de uno mismo o de cualquier otro asunto. Seguramente, el consejo borgiano es cierto: uno termina pareciéndose a sus enemigos. Y seguramente pasará lo mismo con las palabras. Con las dichas y con las escritas. Con las que escogemos. Al final, nos parecemos a ellas. O quizás, al revés. Caparrós nos lo recuerda en cada uno de sus textos. Hoy, ahora, ahorita y nuncasiempre.

Fuente: revista Doxa Comunicación.

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